por Aída Marín
Sin duda, uno de los conceptos más sonados durante los inicios de este siglo en diversas partes del mundo es el de “desarrollo sustentable”. Los gobiernos de los países, los organismos internacionales y las organizaciones de la sociedad civil, han puesto de manifiesto que es fundamental -si es que los seres humanos deseamos seguir habitando en condiciones favorables nuestro planeta- sumar esfuerzos para que cada individuo tome conciencia de los efectos que sus acciones tienen ahora y las repercusiones que éstas mismas pueden tener en las futuras generaciones.
Sin embargo, muy pocas veces entendemos bien a bien qué es lo que podemos hacer para contrarrestar el deterioro ambiental, cultural, social y económico que nos afecta en estos días. De tal forma que, en repetidas ocasiones hemos observado a personas que hacen caso omiso de los problemas a nivel social (que nos afectan a todos) y prefieren refugiarse en sus conflictos y encrucijadas personales como si se encontraran ajenos a todos estos cambios que se nos presentan en la actualidad.
Es en este punto dónde como jóvenes jugamos un papel fundamental al dejar de ser un sector inmóvil y estático para iniciar a ser actores como agentes de cambio que trasciendan las barreras individuales y creen alternativas de convivencia reestructurando los patrones de conducta social hacia formas más justas y equitativas.
Uno de los principales desafíos a los que se enfrentan las políticas que promueven el desarrollo sustentable es, precisamente, la ruptura con el acostumbrado individualismo ya que nos impide empezar a pensar también en el bienestar del otro. El desarrollo sustentable no es un par de recomendaciones al estilo “receta de cocina” que debemos seguir para vivir mejor; más bien, es un cambio radical de paradigmas de convivencia entre individuos donde se camina hacia un mismo rumbo de bienestar tomando como factor de cohesión el respeto a todas las visiones.
Es decir, una de las principales barreras para la obtención de un desarrollo con sustento es precisamente la atomización de las capacidades individuales y la falta de una cultura “del compartir” con los demás lo que tenemos disponible en este momento.La efectiva aplicación del desarrollo sustentable se encuentra en nuestras manos, ya que como jóvenes tenemos la responsabilidad de aminorar los efectos negativos que las generaciones anteriores nos han dejado, pero, al mismo tiempo, transmitir nuestro conocimiento como factor de cambio hacia las nuevas generaciones donde propaguemos una nueva cultura de convivencia y cooperación, lo cual, seguramente, hará que lo futuros agentes de cambio no cometan los mismos errores y sentará las bases para el “verdadero cambio”.